—Vehículo
sospechoso a unos cien metros.
El
viejo BMR remodelado que sirve de avanzadilla se detiene y da la voz de alarma.
El jefe del convoy ordena detener la marcha.
—Unidad de apoyo, aseguren la zona y permanezcan alerta.
En
silencio, durante diez minutos y sin descender de los blindados inspeccionan
ocularmente la zona, todo parece en calma y no se divisa ni un alma en
kilómetros a la redonda.
El
sargento Chacón observa fijamente con sus prismáticos el todoterreno
destartalado apoyado contra el talud del camino que ha levantado las sospechas
del convoy militar. Tiene la rueda delantera pinchada, y sobre el parabrisas
una capa de tierra y polvo apenas deja ver el interior a través del cristal.
—Aquí
Sargento Chacón. Permiso para inspección a pie de vehículo sospechoso —
silencio al otro lado de la radio —.
—Permiso
concedido —se escucha unos segundos después de la petición—. Comprueben la activación
de los inhibidores de frecuencia y procedan según protocolo de seguridad.
Chacón
desciende del blindado con sumo cuidado, como caminando sobre la superficie de
un lago helado. Inspecciona progresivamente la zona más cercana sobre la que
pisa y el espacio alrededor de él menos alejado. Armado con su fusil de asalto
avanza hacia el vehículo aparcado en la cuneta del camino. Habituado al ruido
de los motores que lo acompañan, puede separarlo en su mente del silencio que
reina en el lugar. Se siente capaz de distinguir cualquier sonido extraño
aunque genere un nivel de decibelios menor que el que emite el grupo motorizado
que aguarda detrás de él. Apunta al frente con su arma mientras coloca muy
despacio un pie delante del otro y luego los cruza para
desplazarse de lado. Comprueba que el vehículo está vacío, se agacha y no
observa nada extraño debajo.
—Parece
averiado y abandonado —comunica por radio.
Chacón
espera órdenes, sabe que no es prudente acercarse demasiado, pero comprende que la
misión en la que está embarcado entraña, en ocasiones, la necesidad de asumir riesgos como a los que en este momento está expuesto.
—Establezcan
un perímetro de seguridad y procedan a remolcarlo fuera
del camino.
Chacón
comienza a retroceder y en ese momento, procedente del lugar que acaba de
examinar, puede escuchar con nitidez las fatídicas palabras que suelen acompañar
al ataque terrorista en aquel remoto lugar del mundo:
—¡Allahu Akbar!
“Dios es el más grande” se traduce en el
subconsciente del sargento como cuerpo a tierra, pero lo cierto es que su
cuerpo no toca tierra sino tres segundos más tarde, tras ser empujado por la
onda expansiva que provoca la explosión y haber girado en el aire varias veces, por la acción de un trozo de chapa que le alcanza en su pierna izquierda
cercenándola a la altura de la rodilla.
Chacón
se emplea a fondo diariamente en la piscina practicando la única actividad
deportiva en la que se siente plenamente hábil aún con una pierna menos. En la
superficie del agua deja de pensar, su mente permanece concentrada en la
siguiente brazada, en el ritmo y la cadencia de la respiración, en el control
de su ritmo cardíaco. Extrañamente es cuando cruza la piscina buceando,
conteniendo la respiración sumergido y aún a veces volviendo al punto de origen
sin tomar aire, cuando no puede evitar recordar: se traslada al día en que se
truncó su carrera militar, al momento en que aquel fanático se inmoló lanzándolo
por los aires y dejándolo inválido de por vida. A pesar de ser consciente de
haber perdido la pierna mientras lo trasladan en helicóptero y aún durante
muchos días después, su única preocupación es que alguien le explique lo ocurrido. Sólo cuando la
investigación sobre el incidente concluye, puede concentrar toda su amargura en
pensar cómo va a cambiar su vida siendo un mutilado de guerra exento de
servicio por el resto de sus días.
Un
minuto sin respirar debajo del agua cruzando la piscina y Chacón rememora los
meses de recuperación física y las secuelas psicológicas posteriores, su
depresión, las pastillas a las que se volvió adicto, su postramiento en cama,
el empeño que puso en autodestruirse y en llevar al extremo de la desesperación
a su esposa que decidió darle un ultimátum y finalmente tiró la toalla
llevándose a las niñas a vivir a la otra punta del país.
Gira
sin tomar aire y se dispone a volver a cruzar la piscina sin
levantar la vista fija en las líneas pintadas sobre los azulejos del fondo,
visualizando ahora el informe oficial del día que cambió su vida: (...) una madriguera camuflada en la que se
escondía un terrorista suicida para accionar el explosivo a través de un cable
convencional, de este modo solventan la inutilidad de los dispositivos de
accionamiento a distancia debido a los inhibidores de frecuencia que utiliza el
ejército.
Fin
de la historia, no puede evitar que le persigan sus obsesiones pero hace meses
que adoptó el firme propósito de retomar las riendas de su vida. Primero recuperar
su forma física, desintoxicarse poco a poco de las pastillas, marcarse un
horario y cumplirlo, llevar una alimentación equilibrada, visitar diariamente el gimnasio,
nadar, leer, rescatar las amistades perdidas.
Continúa
con su inmersión mientras avanza en el agua y siente el punzante dolor interno,
casi físico, que le produce recordar la llamada que hizo a su esposa unas semanas
antes y la reacción de ella, mostrándose reacia y esquiva, ante el
planteamiento de dar una nueva oportunidad a su relación de pareja. Al ritmo de
sus musculosos brazos, que rompen la superficie del agua, aumenta con rabia su velocidad al resurgir en su memoria las imágenes de la madre
de sus hijas y de las niñas besando al hombre con el que han rehecho sus vidas.
Decide descansar, aún sumergido su cuerpo, apoyando los
brazos en el borde norte de la piscina. Es consciente de haber llegado al
límite de su resistencia pulmonar, se pregunta si acaso no será perjudicial
para la salud permanecer tanto tiempo sin respirar bajo el agua. El recinto no
le resulta familiar, no se encuentra en el pabellón deportivo de la ciudad
donde suele nadar, allí hoy es día festivo. De pronto percibe algo extraño en
el ambiente sonoro del interior de la nave cubierta; han desaparecido los
habituales sonidos y ecos producidos por el chapoteo en el agua y las voces. Se
incorpora haciendo fuerza con los brazos para elevarse y tener una perspectiva
más amplia de lo que le rodea, se extraña por lo que cree ver y se gira para
sentarse dejando su única pierna dentro del agua. Su sorpresa se
torna en alarma al poder contar hasta siete cuerpos tendidos sobre el piso. Mira a la esquina más próxima y acude sin pensarlo a socorrer a la persona que
ve allí desvanecida, resbala en su último impulso al acercarse y cae junto a
él, es un hombre de mediana edad y complexión atlética. Su formación militar
en primeros auxilios hace que actúe automáticamente comprobando los signos
vitales básicos de la persona caída. No hay pulso ni respiración. Va a tratar
de reanimarlo cuando cae en la cuenta de que quizá otras personas precisen
ayuda más urgente, se incorpora sobre su pierna y desde el ángulo de visión que
adopta, puede ver que al menos dos personas yacen en el fondo de la piscina. Con
gran esfuerzo por hasta tres veces consigue sacar a la superficie a aquellos
que han perdido la consciencia mientras nadaban. Exhausto, comienza a intentar
reanimar a la muchacha que ha rescatado del agua en último lugar, los minutos
se hacen eternos mientras le practica un masaje cardíaco e insufla aire en sus
pulmones. Chacón grita pidiendo ayuda mientras comprime rítmicamente el centro
del pecho de la infortunada nadadora, pero nadie acude a la voz de alarma. Comprueba
sus signos vitales y sigue sin obtener respuesta. Actúa instintivamente, pues
es imposible la valoración de la situación según las técnicas de atención a
múltiples heridos en situación de combate que conoce: los heridos leves pueden
esperar, por los muertos no hay nada que hacer, los heridos graves tienen
prioridad. Maldice en voz alta y sabe que debe tomar una decisión urgente, no
puede atender él solo a la decena de personas que han caído desplomadas, así
que saltando sobre su pierna a la máxima velocidad que puede y poniendo en
riesgo su propia integridad física, se abalanza sobre la puerta de salida para
buscar ayuda. Le da tiempo a pensar que se ha producido un escape de cloro y
que esa sin duda es la causa del grave percance que ha tenido lugar en el
interior de la sala de baño. Más cuerpos en el pasillo, la fuga ha debido ser
importante, gente desvanecida en recepción, empieza a dudar de su teoría sobre
las causas del suceso. Una mujer caída en las escaleras de acceso y una pareja
en el suelo de la zona de aparcamiento, un coche estrellado contra la barrera
de entrada, un accidente múltiple en la vía rápida que circunda la ciudad
deportiva. Chacón en ropa de baño sobre su única pierna, subido en el techo de
un todoterreno, desde su metro noventa oteando los alrededores y encontrando
sólo muerte y destrucción.
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